La marcha del Orgullo LGTBIQ+ no es solo una celebración,es también un acto de resistencia y memoria. Cada año, millones de personas LGTBIQ+ salen a las calles para decir “aquí estamos”, para recordar a quienes abrieron camino y para exigir un futuro más justo. Detrás de las banderas arcoíris, la música y el color, late una historia de lucha, dolor y esperanza.
Ser LGTBI todavía significa, para muchas personas, enfrentarse al miedo.
Miedo al rechazo, miedo a la discriminación, miedo a la violencia. Por eso el orgullo es un acto profundamente político: es afirmar la dignidad en un mundo que a menudo intenta negarla. Cuando una persona trans desfila por la calle, cuando una pareja del mismo sexo se toma de la mano, cuando un adolescente se atreve a decirle a su familia quién es, está haciendo un gesto revolucionario.
El orgullo también es memoria. Es recordar a quienes ya no están:
a las víctimas del VIH, a quienes murieron por crímenes de odio, a quienes no sobrevivieron al peso del rechazo social. Es abrazar la historia de lucha de activistas que abrieron espacios, que levantaron la voz cuando hacerlo era peligroso, que nos enseñaron que merecemos amor, respeto y libertad.
Pero también es una fiesta. Porque la alegría es una forma de resistencia.
En un mundo que ha intentado silenciar y borrar a las personas LGTBIQ+, bailar en las calles, reír, cantar y celebrar el amor es una manera de desafiar el odio. Es demostrar que, pese a todo, seguimos aquí, vivos, orgullosos y llenos de esperanza.
El orgullo no se reduce a un día al año.
Es una actitud que debe acompañarnos siempre, una invitación a construir un mundo donde nadie tenga que esconderse, donde la diversidad sea celebrada, no tolerada. Porque al final, el amor —en todas sus formas— siempre merece ser libre.
Orgullo LGTBIQ+:
un acto de amor, memoria y resistencia El Orgullo LGTBI es mucho más que una celebración colorida en las calles. Es un acto profundo de resistencia, de memoria y, sobre todo, de amor. Cada año, millones de personas salen a las calles de distintas ciudades del mundo para recordar que el amor no debería tener etiquetas ni límites, y para reivindicar que todas las personas, sin importar su orientación sexual o identidad de género, merecen ser tratadas con dignidad y respeto.
Para entender el verdadero significado del Orgullo,
es importante recordar de dónde viene. No nació como una fiesta, sino como una respuesta al dolor y la opresión. El 28 de junio de 1969, en Nueva York, las personas que frecuentaban el bar Stonewall Inn —en su mayoría gais, lesbianas y personas trans— decidieron resistirse a una redada policial, cansadas de años de maltrato y discriminación. Ese acto de valentía encendió una chispa que prendería el movimiento por los derechos LGTBI en todo el mundo. Desde entonces, el Orgullo es también un homenaje a todas aquellas personas que se atrevieron a decir “basta”.
Hoy, el Orgullo LGTBIQ+ es una mezcla de alegría y reivindicación.
Es una jornada para festejar lo conseguido, para visibilizar la diversidad y para enviar un mensaje poderoso: estamos aquí, existimos y no daremos ni un paso atrás. Pero también es un recordatorio de que la igualdad plena aún no se ha alcanzado. En muchos países, las personas LGTBI siguen siendo perseguidas, criminalizadas o asesinadas. Incluso en sociedades donde los derechos han avanzado, persisten el acoso, los prejuicios y la violencia. Por eso, desfilar en una marcha del Orgullo no es solo un gesto festivo: es, todavía hoy, un acto político.
El Orgullo LGTBIQ+ también es memoria.
Es recordar a quienes ya no están: a las víctimas del VIH/SIDA en los años 80 y 90, a las personas asesinadas por crímenes de odio, a quienes no soportaron el peso del rechazo y la soledad. Es nombrar a quienes abrieron camino: activistas como Marsha P. Johnson, Sylvia Rivera o Pedro Zerolo, que se enfrentaron a un mundo hostil para que hoy podamos hablar de diversidad con más libertad. En cada pancarta, en cada bandera, en cada beso que se da al aire libre, vive la memoria de esas luchas.
